La pasta de nuestro queso Don Picón de Cuenca viejo presenta tonos dorados debido a su curación, que procuramos no inferior a los diez meses ni superior a los once. En sus zonas más superficiales -las más sabrosas-, luce un cerco más oscuro semejante al del oro viejo. Viene salpicada de lo que los antiguos llamaban ojos de perdiz, de colocación aleatoria, tamaño irregular y formas redondeadas. Al tacto, su consistencia es semidura y firme, sin que normalmente se desmenuce al corte.
Ya en la boca, lo hace lentamente y en partículas de adherencia media y de muy buena solubilidad. Su característico olor es muy intenso y penetrante. Despliega aromas muy complejos, presentando un persistente poso ligeramente dulce matizado por los propios a las hierbas aromáticas –tomillo y romero– que caracterizan los ecosistemas de los montes manchegos, y por los ligados a ese producto de lujo que es la trufa.
Sus sabores son extremadamente persistentes en la boca. Despliegan de inmediato en el paladar una rara, armónica y seductora síntesis entre ese picor propio de los quesos de oveja de muy larga curación y los matices dulces que le otorgan los ingredientes empleados en su complejo proceso de afinando. Su extensa gama de aromas y sabores se amplia y perfecciona si el yantar se acompaña con vinos tintos secos mantenidos a temperatura ambiente, a la que aconsejamos mantener también el queso durante un tiempo antes de dar debida cuenta de él.